domingo, 27 de junio de 2010

Sobre la comida de plástico y pedir en los restaurantes

Seguro que os habéis preguntado más de una vez si es muy complicado pedir comida en un restaurante en Japón. La respuesta es NO: es más fácil que en València. Igual creéis que exagero, pero no es así. ¿Cuantas veces os habéis encontrado ante una carta pretendidamente pomposa con nombres demasiado largos, o ante otra trufada de localismos culinarios, o ante tachones y menús anticuados? ¿Cuantas veces habéis tenido que preguntar qué era ese plato, o ese ingrediente, o cuál era el plato del día? ¿Cuantas veces os han servido algo diferente a lo que esperábais, bien porque os habíais confundido al pedir, bien porque el aspecto de lo presentado distaba mucho de cómo es en realidad ese plato -al estilo de Un día de furia-?

Aquí no pasa eso; no puede pasar. Generaría un agujero en el contínuo espacio-tiempo que os enviaría de vuelta a un 2010 alternativo en el que Ana Botella es presidenta de España, Aznar del Madrid y Zaplana cardenal. Aparte de esos detalles, de verdad, es complicado que tengáis ningún malentendido al pedir. ¿Por qué? Pues básicamente porque en el 90% de los bares y restaurantes hay un escaparate en el exterior en el que se muestran reproducciones extremadamente realistas de los platos que se sirve. Por si ello no fuese suficiente, dentro la carta está plagada de fotografías, con lo que sólo hay que señalar lo que se quiere y decir "Kore kudasai" -esto por favor-. No hay que pedir bebida, puesto que el té y agua -fresca- son gratis, no como en la estafa de país al que volveré en algo menos de tres semanas. Y si se quiere cerveza, más fácil que pedir "Biru" -japonización de beer- no hay nada.

En Gante tuve problemas para pedir un helado y un gofre, en inglés, ya que no me entendieron y nos trajeron 3 postres para 2. Que sí, un gordonauta siempre puede hacer el esfuerzo y comérselo, pero con lo caro que estaba todo ya podrían haberse imaginado que aquello era un error. En Brujas, donde comimos y por la tarde nos tomamos un chocolate y pannenkoeken, había que adivinar qué era cada cosa, y no os creáis que el camarero ayudaba. En Japón, han llegado a preguntar a los comensales si alguien sabía inglés, para ayudarme a pedir en un pequeño bar de Iwakuni. Vamos, lo mismo.

Otras facilidades y ventajas: muchos restaurantes tienen timbres en la mesa para llamar al camarero si necesitas algo, te dejan la cuenta al principio de la comida para que pagues a la salida en la caja -nada de esperas con el brazo en alto a que se cobren cuando les dé la gana- y no, no se deja propina. De hecho algunos camareros, cuando en la caja les das a entender que se pueden quedar con el cambio -porque es sólo morralla, unos pocos yenes que casi estorban más que otra cosa en el bolsillo, y que da hasta cosas esperar a que te los devuelvan-, no saben qué hacer, así que acabas cogiendo las monedas y sonriendo.



Un escaparate cualquiera de un restaurante cualquiera, en el centro de Kyoto

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