miércoles, 28 de abril de 2010

11.000 kilómetros

Llegué un sábado medio dormido, después de haberme pasado en la cama sólo 6 horas de las 64 horas previas al viaje (y aguanté hasta 12 horas después, ecir, me acosté con un promedio de menos de 2h de sueño cada 24h durante 3 días, ¡ni en la ruta del Bakalao!). En el avión de París no dormí por la corta duración y porque leer el periódico me despeja, al contrario que los libros. En el Charles de Gaulle vegeté como pude entre cafés made in Mordor y agua a precio de Waterworld, hasta llegar al avión, tras ser, por primera vez en mi vida, el primero de una cola quilométrica (¡no veáis el gusto que da!). Afortunadamente, me pusieron en pasillo de emergencia en ambos vuelos (requisito gordonautil a la hora de hacer el check-in), aunque para el CDG-KIX ya había escogido pasillo al comprar el billete en febrero (y no un pasillo cualquiera, hay asientos y asientos, os recomiendo consultar SeatGuru antes de cualquier viaje largo). Sin embargo, hay que tener una cosa en cuenta: la mayoría de los gordos, sean gordonautas, gordobarbas o gordosapiens, tienden a escoger esos asientos. Resultado: al lado se me sentó una mole inmensa, igual de alto que yo, pero el doble de ancho en ambos ejes. Yo creo que el avión iba escorado. Menos mal que en los asientos de emergencia los reposabrazos son fijos y hay separador de metal, porque de otra forma lo hubiese pasado peor aún. El tío, aparte de gilipollas y gordo, era un borracho, con lo que se empezó a zumbar gintonics desde el minuto -1, pasándose después a la cerveza, al tinto y finalmente, cuando se había acabado todas las existencias del avión, al blanco. Además, tuvo la suerte (para mi desgracia) de encontrarse con una amiga chillona y hortera, que resultó ser violinista, pero que como use su instrumento como sus cuerdas vocales lo lleva claro. Entre los dos (y el lavabo, que tenía justo enfrente) me amenizaron un viaje en el que intenté ver el bodrio de 2012, y que dejé por imposible cuando metieron a demasiado negro en plan T2 (¿aún estamos así?) y un paleto-padrastro graciosillo empezó a pilotar un Antonov, que se caen aún con pilotos profesionales a los mandos.

Así que me chuté un par de biodraminas (tienen en mí un efecto inmediato y extraordinariamente eficaz en lo que respecta a la inducción del sueño), me puse el fantástico antifaz de Air France (sin ironía, es muy bueno) e intenté dormir algo mientras amanecía en China, pero entré en un bucle de incomodidad/voces/codazos que no me dejó más que tener un par de microsueños de 3-4 minutos, hasta que decidí resopar algo (oh, qué curioso, del prometido buffet lo único que no tenían era helados Haagen Dazs), para después darme cuenta de que me iban a embutir el desayuno a continuación. Como una noche de fiesta, pero aún más acelerado. Así que un rato después me tomé el desayuno (aceptable, todo hay que decirlo) de pie (para evitar estrecheces y golpes, dado lo perjudicado que estaba mi enorme compañero de fila) mientras sobrevolábamos Korea y en el GPS aparecía ya Osaka.

A todo esto, hablé algo con una mujer japonesa de la fila posterior, a la que había ayudado a subir el equipaje de mano al principio, y me recomendó un par de sitios para ir en Kyoto, en una mezcla extrañamente inteligible de japonés, inglés y francés, que yo mismo acabé usando (con la adición del castellano y valenciano) de una forma que aún no acierto a comprender. Al bajar del avión soy consciente de haber hablado en al menos cuatro idiomas en Japón, decantándome por el “merci” para dar las gracias y “oui” para decir que sí, a lo cual sigo buscando explicación dado mi nulo nivel de francés.

Y aquí acaba este post, porque aquí empieza Japón.

1 comentario:

  1. joer, que envidia!! pero me encanta leer esas sensaciones y pensamientos y anécdotas que le pasan a uno cuando viaja. Son experiencias irrepetibles!!

    y, me he reido un montón hasta lo de la señora que me ha parecido super enternecedor!!

    besos

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